Ayer, cuando llegué a casa de mis padres, finalmente me relajé. Entré en otra realidad. La gran noticia de la semana: mi madre había cambiado la lavadora. En mi casa eso equivale a la muerte de Calvo Sotelo, porque era la primera vez que se hacía (no morirse, claro, pero sí el funeral de un presidente de gobierno democrático). La lavadora que murió estaba en casa antes que yo. La compró mi madre cuando se casó. Tenía 31 años.
Seguí relajado mientras merendaba, mientras estudiaba, mientras cenaba con mi tía abuela, mientras leía en la cama un libro nuevo y cuando me dormí. Relajado todo el día. Hoy me he despertado relajado, y he desayunado relajadamente. Incluso he estudiado un montón, y además he aprendido mucho, que no siempre es lo mismo.
Hace un rato he parado a tomar un aperitivo. Y mientras tanto, sin prisas, he empezado a ojear unas revistas de cultura e historia en las que colabora mi padre. Como no; y aunque muy relajado, eso sí; he empezado a leer un artículo sobre la Santa Inquisición en Valencia y oh!, sorpresa he descubierto que significado tenía, durante ese infierno, la palabra "relajar". Ser relajado era ser quemado. Claro, que también podías ser relajado en estatua; esto era, antes de que te pillaran, darte a la fuga, por lo que se quemaba entonces era tu efigie.
Y ahora es cuando yo saco una conclusión, pero estoy tan relajado en estatua, que mejor lo dejo a quien lo lea. Tonto el que lo lea ;-)
viernes, 13 de junio de 2008
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